Llegué a París un domingo de invierno a las once de la mañana. El
viaje había sido largo, pero no estaba cansada. La ansiedad podía más que las
tantas horas de viaje y el cambio de horario.
Caminé con mis valijas por el enorme aeropuerto Charles de Gaulle en
busca del RER que iba a llevarme a mi nuevo hogar, y me dispuse a saltar a la
aventura. Me esperaba un mes en la, según me habían dicho, ciudad más hermosa
del mundo, a la que llegaba sin conocer demasiado el idioma y las costumbres, y
en soledad.
Mi pequeño departamento quedaba en el Barrio Latino, a unos metros del
río Sena y de Notre Dame, casi frente a la Place Maubert, en un edificio
viejísimo situado en una calle angosta, la Rue de Maître Albert.
Empecé mi estancia recorriendo un poco el lugar. Necesitaba habituarme
a nuevos ruidos, olores, calles serpenteantes que terminan en cualquier lado
(menos en el que deberían), y extraños, con algunos de los cuales iba a tener
que comunicarme. Un poco intimidada primero, poco a poco fui viendo que no era
una misión complicada hacer las compras para llenar la heladera, preguntar
alguna dirección, intercambiar los saludos de rigor con el vecino del edificio
e, incluso, solicitarle ayuda en lenguaje de señas, ante un pequeño
contratiempo con la llave del departamento.
La primer semana, de turista à plein temps, visité varios de los
lugares de rigor. Como hizo buen tiempo, caminé bastante. París no es tan
grande, y estando cerca del centro, es posible, con ganas y buena voluntad, llegar
caminando hacia muchos de sus sitios populares. Además, el paseo así, realmente
vale la pena. Para visitar los lugares más alejados, se puede recurrir al
metro, al RER o a los colectivos. El sistema de transporte está magníficamente
organizado: hay indicaciones en varios idiomas, los mapas y las señales son
perfectamente entendibles, y las combinaciones llegan a todos lados.
Después de gastar suelas por siete días, comenzaba mi vida de
estudiante de francés en la Alliance. Mi rutina iniciaba temprano, ayudada en
gran medida por el camión que pasa cada mañana limpiando las calles parisinas. Un
buen desayuno y a estudiar. Más tarde, podía cruzar la calle y hacer algunas
compras en el marché de la Place Maubert, o, simplemente, acercarme hasta la
boulangerie y regalarme una riquísima croissant camino hacia la Alliance. Tres
horas de clase, una visita al Franprix del barrio, o a la lavandería
autoservicio, y vuelta a casa para la cena y para mi chateo familiar de cada
día.
Por supuesto, también quedaba bastante tiempo para pasear. Y ahora
podía contar con la compañía de algunos de mis compañeros de curso, lo que le
agregaba a mis caminatas por París el plus interesante de conocer gente e
historias de otros mundos.
Como suele suceder cuando uno la está pasando bien, el día número
treinta apareció demasiado pronto, y, con bastante nostalgia anticipada, empecé
mis preparativos para regresar. Armé nuevamente mis valijas, un poco más
pesadas ahora con los libros y algunos souvenirs, dí mis últimas vueltas por el
barrio, me despedí del vecino que me deseó bonne chance y, antes de darme
cuenta, me encontré mirando por la ventanilla las calles de París en mi viaje
hacia Orly.
Tal vez París sea la ciudad más linda del mundo. Tal vez no. No
conozco tantas como para dar una opinión competente en ese sentido. Pero sí
puedo decir, igual que Carol en “14me Arrondissement” de la película “Paris Je
t´aime”, que es un lugar que enamora. Puede ser sentado al sol en pleno
Luxemburgo, parado sobre uno de sus puentes mirando correr el Sena, esperando
recibir el crèpe con nutella en alguno de los puestos callejeros, emocionado
delante de un Van Gogh en Orsay, o conteniendo la respiración delante de la
Torre Eiffel iluminada, cuando ese momento llega. Y así, como le ocurrió a la
protagonista del film, en medio de un lugar desconocido, lejos del hogar y los
afectos, aparece de pronto esa mezcla de felicidad y añoranza, un profundo
sentimiento de estar vivos, que nos envuelve deteniendo el mundo por un
instante. El instante preciso que comienza nuestra historia de amor con París.
2 comentarios:
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